miércoles, 7 de noviembre de 2012

El candelabro roto



Mis manos estaban frías y las frotaba incesantemente revestido de ropa de algodón, intentando acaso que el calor se produjera de las chispas de humedad;  estaba sentado frente a la puerta del  vagón del tren inconsciente de la realidad que nos tocaría. El cruel rechinar del ferrocarril que gritaba a toda la naturaleza, comunicando que llevaba su carga rumbo al destino desconocido, no me había tragado el comunicado del capitán alemán que nos llevarían a instalaciones para nuestra seguridad,  lo vi en su rostro de cemento como si sintiera placer que seamos trasladados, tengo un raro presentimiento.

El tren iba reduciendo su velocidad,  con ella se entreveran las lenguas judías de llanto y en el medio los gritos alemanes a viva voz militar, como tratando de amenazar a nuestra fe que se limite a solo obedecer,  quienes son ellos para dirigirnos? quienes?; el tren para y se escucha un estruendo de voces, el pavor me llega a los huesos con mi esperanza espera un momento, la puerta de mi vagón se abre de pocos y por algún momento pequeñas formas de nieve cae lentamente en mi saco dando la bienvenida a mi mayor prueba, alzo mi mirada y la puerta se abre por completo con la luz tenue de invierno, la ventisca que ingresa salpicando dolor,  volteamos nuestros rostros ante la fulminante intromisión de la escaza calma que nos queda; un soldado nazi me coge del saco y me jala hacia afuera, caigo de pie pero casi arrodillándome me sobrepongo y me levanto rápido, los perros hacen su trabajo de ponernos alertas. El bosque de estrellas amarillas hacen su caminata de plomo, donde la tiniebla ploma con rifle y casco asecha nuestra fe, tratan de desgarrar con acto de sometimiento, pero una estrella de David queda siempre de pie, por que no puede ser atrapada por lobos con garras de aluminio.

Estamos en la fila llevando nuestros miedos a cuestas de ladridos, me percato que una mujer de aproximadamente 30 inviernos sostenía a su madre, la joven ponía su cabeza encima de la anciana mujer como queriendo escuchar lo cuentos que esta le contaba cuando niña;  me perturbaba tanta imágenes del presente y futuro que nos depararía; de pronto un niño de fragilidad de roble llevaba consigo un pequeño candelabro de madera en la mano izquierda, un regalo humilde tal vez hecho por su padre, este se le cae en el frenesí de la caminata, un oficial nazi se percata de lo ocurrido quien estuvo cerca del hecho, guarda su arma en su correa, el niño sin entender trata de recogerlo pero su madre lo detiene al fijarse del oficial que se aproximaba.

El oficial recoge el juguete, lo sostiene con la mano izquierda y con una sonrisa  mirando al niño lo rompe en dos, después de pisarlo deja su pie encima del candelabro como resguardando el demonio de su botín. El niño estoicamente lo observa, Goliat y David se encontraban de nuevo (salvo que el filisteo cretino lleva una Luger);  la caminata sigue su trayecto ante la atónita mirada de todos los penitentes en la fila, el niño siguió caminando con su madre, el oficial de negro mirando al israelita como saboreando su cobarde batalla, como el dulce del becerro al oro.

Yo estaba atrás observando todo este triste episodio y no dejaba en pedir a Yahvé que nos de una señal de cuando acabaría todo esto. Me toco estar como uno de los últimos en la fila al costado del ruin filisteo, este con la frente en alto y observando a todos, mi cabeza agacha tan solo orando mis lamentos, ni bien llegando al pórtico del campo de concentración  el oficial cruje los dientes de amargura, lo observo y doy vuelta a lo que el miraba; en el suelo había varios candelabros de madera y estrellas de David regadas por todo el patio central del campo de los filisteos, era la señal que buscaba, el mana que aun caía del cielo, el mana de esperanza. Porque David siempre esta de pie.

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